La lucha democrática, antifascista y feminista no admite descanso. Las corrientes autoritarias que han surgido en Europa al calor de la crisis amenazan las conquistas de la sociedad civil. Para defenderlas, el Instituto 25 de Mayo para la Democracia (I25M) ha diseñado un arsenal de armas para combatir a los que quieren recortar nuestros derechos y alimentar el odio al diferente. Un kit de herramientas que nos recuerda que las grandes luchas empiezan con pequeños cambios cotidianos, organizándonos, transformando el malestar en esperanza y acción. ¡Feliz año!
Instrumentos para una sinfonía metálica que dice que con el hambre no se juega, que esta crisis sabe a estafa y que las ollas son para empuñarlas, madre, que ya está bien de fregarlas. Europa importó esta forma de protesta de América Latina, una receta perfeccionada en Argentina durante la crisis de 2001: el Cacerolazo organizado tras la imposición del corralito forzó la renuncia del presidente Fernando de la Rúa al grito de “¡Que se vayan todos!”.
El 13 de marzo de 2004, dos días después de los atentados de Atocha y uno antes de las elecciones generales, un SMS empezó a correr como la pólvora: el famoso “Pásalo” llamaba a manifestarse frente a la sede del PP para pedir cuentas por las mentiras del Gobierno de Aznar. Desde entonces, los teléfonos móviles han sido aliados inseparables del activismo social, especialmente con la aparición de las redes sociales.
Ponemos nuestros cuerpos en juego para evitar golpes mayores: los de la violencia económica, institucional, sexual, racista, machista. Luchamos con ellos y por ellos. Nos unimos con costuras de brazos entrelazados y aprendimos aquello de que es fácil romper una vara, pero imposible si son muchas y están apretadas. Marchamos contra el capitalismo salvaje, en defensa de la democracia y de unas condiciones de vida dignas.
La mañana del 25 de abril de 1974, una camarera de Lisboa entregó un clavel a uno de los soldados desplegados en la ciudad; una parte del ejército se había echado a la calle para forzar el fin de la dictadura salazarista. Las flores echaron raíces en los cañones de los fusiles, y el símbolo de aquella revolución nos recuerda ahora que Portugal es uno de los pocos países europeos donde la extrema derecha no ha entrado en las instituciones.
“Lo llaman democracia y no lo es” cuando nos cuesta más rescatar a las familias que a los bancos, cuando la patria es una bandera y no una cuchara. “Lo llaman democracia y no lo es” cuando nos piden un voto para hoy y silencio para mañana. Participar en las elecciones no es lo único que podemos hacer para construir el país que queremos, pero es crucial para que el cambio llegue a la política. No te quedes en casa. Tu abstención es su victoria.
Símbolo de la resistencia noruega a la ocupación nazi, el clip nos habla de cómo permanecer unidos y unidas empleando lo cotidiano, lo que tengamos a mano. Empezó a usarse en 1940 en la Universidad de Oslo por la creencia errónea de que era un invento del noruego Johan Vaaler, y porque era un elemento que pasaba desapercibido. Los alemanes terminaron descubriendo la subversión del lazo metálico y lo prohibieron.
La amenaza de desalojo de un centro social okupa en Hamburgo derivó en varias manifestaciones y en batallas campales con la Policía en diciembre de 2013. Tras el ataque a una comisaría, se estableció una “zona de peligro” en la que se hicieron cientos de identificaciones, cacheos y detenciones. La escobilla fue un símbolo contra la arbitrariedad policial después de que detuviesen a un hombre que llevaba una en el pantalón.
“Miren cómo iba vestida. Llevaba un tanga de encaje”. En 2018, una abogada irlandesa empleó este argumento para defender a un hombre acusado de violar a una menor de 17 años. El agresor fue absuelto, y volvimos a oír la voz que dice: “A quién se le ocurre llevar lencería si no es para tener sexo. A quién se le ocurre emborracharse y caminar con extraños. A quién se le ocurre ser libre”. Las irlandesas agitaron sus tangas en la calle para decir #ThisIsNotConsent. No es no. Solo sí es sí.
Las paredes siempre han sido lienzos de la vida política: muchos jeroglíficos son murales propagandísticos, las paredes de Pompeya aún conservan pintadas llamando al voto... La cartelería política surgió a principios del siglo XX y fue crucial en las dos guerras mundiales, la revolución rusa y la Guerra Civil. Pese a la aparición de otros medios, los gritos en las paredes siguen siendo una forma efectiva de ocupar el espacio público y fijar imágenes y mensajes en nuestras retinas.
La voz es probablemente nuestra principal arma democrática. La discusión en foros públicos nos permite exponer nuestras inquietudes y demandas, medir nuestras diferencias y llegar a acuerdos de convivencia. A veces necesitamos amplificarla, literal y metafóricamente, para que nos escuchen. Antes de los megáfonos eléctricos portátiles, que aparecieron en los años 50, se usaban conos de metal, o los formábamos con nuestras manos alrededor de la boca.
Se hizo popular gracias a la película ‘V de Vendetta’ (2005), inspirada en el cómic homónimo, pero su origen está en el siglo XVII. La máscara imita el rostro de Guy Fawkes, un soldado católico que el 5 de noviembre de 1605 intentó asesinar al rey Jacobo I haciendo saltar por los aires el Parlamento inglés. Fue pillado in fraganti y condenado a muerte junto a sus cómplices. Desde entonces, la fallida conspiración de la pólvora se conmemora cada año con fuegos artificiales.
“Este es el beso de despedida del pueblo iraquí, perro”, gritó el periodista Muntazer al Zaidi mientras lanzaba un zapato a George W. Bush en una rueda de prensa. “Esto es por las viudas y por los huérfanos y por todos los asesinados en Irak”, dijo tirando el segundo. Fue en diciembre de 2008, un mes antes de que acabase el mandato de Bush y tras casi seis años de guerra. El reportero pasó nueve meses en prisión por un gesto que en la cultura árabe es una gran ofensa.